Si 25 años no son nada, ¿77 lo son?

Según Gardel, "25 años no es nada", me gustaría saber cuando comienzan a ser algo

Es facilito de decir, han pasado 77 años, es solo repetir un número, siete siete, setenta y siete años, pero decirlo y vivirlos no es lo mismo. Gardel decía que 25 no son nada, 77 son mas de 3 veces eso, deben ser algo.

Se que no puedo comparar los 25 de Gardel con estos 77, y tampoco es mi intención, desde hace días he sentido esa necesidad de a veces me ataca de sentarme a escribir en relación a esos 77 años que tanto he mencionado, que comenzaron a contarse desde un 15 de agosto del año 1934, no se a que hora, aunque me gustaría, el lugar la capital, caracas, en alguna de las maternidades de la Venezuela gomecista de ese entonces, ese día en ese lugar vería la luz por primera vez una niña que se convertiría en muchas cosas, en muchas facetas, en muchos roles, el mas importante y significativo para mi, en mi madre.

Han pasado 77 años, y por eso les quiero presentar a Gladys Isabel Saya Nieves de León.


En una Venezuela que no pocos conocieron y sufrieron, pero que casi nadie recuerda actualmente, que parece sumergida en un velo de historia, mito y fantasía, tan lejana como podemos imaginar a Simón Bolívar, una Venezuela llena no solo de misterios, creencias y fábulas, sino de tradiciones, de sentimientos como honor, lealtad y orgullo, conceptos de familia que ya no conocemos, donde la "honra" de la familia era mas importante que la felicidad personal, donde abundaban los cuentos de morocotas perdidas, de noches llenas de fábulas y temores, donde lo que consideramos cotidiano actualmente como la mestruación, era un tema tabú, donde el temor al sexo rayaba en lo absurdo, en esa Venezuela de antaño, de arepas de maiz pilado, caramelos de coquito, muñecas de trapo, de caballos y de profesiones aprendidas y no estudiadas, donde el fogón calentaba las noches frías, y el café negrito recién colado inundaba las mañanas de cada casa, en esa Venezuela nació y creció Doña Gladys.


No tuvo la dicha y la felicidad de conocer el amor materno, ese amor que tan pródigamente nos ha regalado cada día de nuestras vidas desde que estamos con ella, que le nace a borbotones aun hoy en día, que no deja de fluir de ella como un río sin final, sin represa y sin control, para ella ese amor no provino de su propia madre, sino de su abuela, Doña Ana, que no dudó en dárselo en la misma medida que ella lo da ahora, o incluso aun más. Tampoco conoció el amor paterno, ese amor que en ese entonces debió regir su vida con rectitud, temor a Dios y demás reglas sociales, en cambio lo recibió de su tío Cristóbal, quien a los 14 años decidió orgullosamente y sin vacilaciones, llevar a cuestas la carga no de una, sino de dos niñas pequeñas, una de ellas recién nacida. Mi abuelo Cristóbal, a quién no tuve la dicha de conocer, la llevó por ese camino que la condujo a toda esa hermosa historia que ha vivido durante 77 años.

Nacida en Caracas, y criada en La Victoria, fue una niña inquieta y traviesa. Aunque obediente, siempre exploró los límites de la obediencia, saltando las barreras de vez en cuando y haciendo de su indomable espíritu su guía, aun cuando luego cayera en el castigo por el mal comportamiento. Esos límites no eran del todo rígidos para ella, pero siempre manteniendo el respeto por sus padres, por las figuras maternas y paternas que la acompañaban, guiaban y controlaban, seguidora de tradiciones y cumplidora con quehaceres y obligaciones de casa y familia. Pero siempre encontraba un espacio donde darle rienda suelta a su imaginación, donde podía ser ella contra el mundo, en su infantil fantasía de escapatorias, viajes, personas y lugares.


En ocasiones retaba a la autoridad, a las autoridades caseras, y lograba mover esos límites un poco mas allá, para sentirse mas a gusto, no sin las consecuencias típicas, castigos, regaños, encierros, y si, una mano bien puesta en alguna parte que le recordaban quien estaba al mando, y que le regresaba los pies a la tierra. Esa Venezuela que no conocimos estaba llena de mitos y leyendas, de cosas que no se podían hacer, como salir luego de la caída del sol a lugares donde no exista un techo, porque el "sereno" te va a enfermar, empinarse una bebida fría cuando hay calor haría que tus músculos se retorcieran hasta dejarte peor que el jorobado de Nostradamus, faltar un domingo a la misa era peor que mostrar tus partes íntimas en la calle, no solo era una deshonra, sino que el castigo divino caería no solo sobre ti, sino sobre toda tu familia. Una Venezuela donde la Sayona mataba con frecuencia a algún conocido, y donde todo hombre fuera de la familia cercana era un potencial malechor roba virginidades, el peor de los peores males que pudiera sucederle a una familia.

Y el malechor no tardó en aparecer en la vida de Gladys.

Doña Ana ya era toda una experta en malechores. Mucho antes del nacimiento de Gladys, ya había pasado por experiencias de mal sabor con otros malechores anteriores, incluso un día antes de la boda de su hija, el malechor había logrado su objetivo, para luego desaparecer, dejando a todos en un estado de estupor que tardó mucho en desaparecer, estupor que solo se hizo mayor con el crecimiento del abdomen de su victima. Pero el malechor de esa historia regresó, para contraer las nupcias que había manchado socialmente, luego del nacimiento de la primera niña, Rosa, y antes del nacimiento de la segunda, Gladys, desapareció nuevamente, esta vez para no dejarse ver sino hasta muchísimos años después, cuando ya la vida se estaba encargando de cobrarle a él, los males realizados.

Pero no es de ese malechor que esta historia toca, es de otro tipo de malechor. Como dije, Doña Ana era una experta en malechores, todo varón en edad reproductiva que no fuese de la familia cercana, era un malechor en potencia, y por ende debía demostrar su inocencia día con día, sin cometer errores ni desatinos. Los actos anteriormente demostrados se ponían siempre en duda, e incluso me atrevo a decir que luego de las nupcias, esas dudas tardaban en desvanecerse.

Pero este malechor no era cualquier malechor, era uno bien plantado, que sabía a lo que estaría sometido, el escrutinio, la fiscalización, retención de evidencia, medición de horarios, lectura de cartilla, cálculo de aproximaciones indebidas, y toda una serie de mecanismos de defensa que contra él se armaron desde el mismo instante, esa tarde en casa de su amigo que coincidentalmente era el hijo la madrina de Gladys, tarde en la que fijó por primera vez su mirada en Gladys. Mecanismos provenientes incluso de la mismísima Gladys. Pero fue persistente, paciente y cumplido (soy prueba de ello), y utilizando frases como "Doña Ana, ¿cree usted que voy a ensuciar el agua que he de beber?" fue ganando de a poco, pero con certeza, la confianza y el cariño, pero sobre todo el amor de, en aquel entonces adolescente, Gladys, y esos sentimientos lejos de mermar, se hicieron cada vez mas robustos y profundos, tanto en Gladys como en el resto. Supo demostrar que no todos los malechores son malechores, y gracias a esa voluntad y al amor que ambos se profesaron durante 32 años, es que hoy puedo escribir estas líneas, gracias a ellos existo, y gracias a ellos tengo tantos y tan bellos cuentos y recuerdos de ese amor idílico.

De esos 77 años, hay capítulos tristes, nunca faltan, pero en balance los felices ganan con amplio margen, aun hoy en día y aquejada de lo que considero la mas desagradable, injusta y difícil de las enfermedades mentales, aun así, Gladys es feliz, vive sus días con tranquilidad y sin preocupaciones, cuidada en la casa y el hogar que construyó junto a su único amor, rodeada siempre de personas que la aman sin condiciones, atendida en todo lo que humanamente es posible atenderla, haciendo de lo que Dios considere sea su tiempo aquí con nosotros, lo mas cómodo y placentero posible. No merece menos, Gladys siempre te recibirá, te conozca o no, con una sonrisa en sus labios, te invitará a pasar y a sentarte para tomar un café, y hará lo humanamente posible para mantener una conversación contigo, y entretenerte mientras estés en su casa, te hablará de sus hijos, de sus nietos, de su gran y único amor, de su casa y de como ella y su malechor levantaron a una familia de 8 hijos, y ayudaron a muchos otros de muchas otras maneras. Son innumerables las historias que tiene para contarte, mezclas ahora de sueños, recuerdos borrosos y realidades idílicas, pero siempre teñidas de una calidez que te abrazará y de la que no querrás desprenderte, calidez que te seguirá por varios días, sino años.

Gladys Isabel Saya Nieves de León, muchas felicidades en tu septuagésimo séptimo cumpleaños. Dios te bendiga.


Aplausos para ella, por favor....

Gracias por leerme.

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