Esos días sin luz



A pesar de mis diarios esfuerzos para evitarlo, lenta pero inexorablemente un fino hilo de luz logra colarse en mi intencionalmente oscurecida habitación, con la inclinación justa, la intensidad adecuada y suficiente para subir por mejilla derecha y colarse por esa pequeña rendija que queda entre mis párpados, el tiempo suficiente para decirme que hace rato el día despunta, y que debo abandonar la comodidad de mi cama.

Me resisto a la idea e insisto en mantener la posición y combatirlo. Aprieto con fuerza los párpados hasta caer nuevamente somnoliento, pero entonces mis ojos se relajan, y aparece nuevamente esa separación, que aprovecha el insistente hilo de luz para despertarme nuevamente. Admiro su persistencia y detesto su insistencia.

Abandono la lucha, se que combatirlo solo me llevará a la frustración de no poder continuar durmiendo cómodamente. Me incorporo, solo para darme cuenta de que aun es demasiado temprano para las pocas tareas que me esperan en el día. El calor del día comienza a acumularse, así que enciendo un ruidoso ventilador para combatirlo. La orilla de mi cama parece estar a kilómetros de distancia y más allá de ella el frío e impasible piso. La sola idea de levantarme y darme una ducha fría, junto con la pesadez de las mañanas, me convencen de dejarme vencer por la cálida idea de continuar durmiendo.

Mi mente divaga entre las tareas pendientes, las voces que me dicen que a pesar de que hoy no hay trabajo, ni hubo ayer, ni los días anteriores desde hace tanto tiempo que ya no recuerdo cuando fue la última vez, tampoco espero mañana ni la sospecha de una remota promesa de algun oportunidad que cambie mi actual estatus de desempleado, a pesar de ello, a pesar de todo, debo levantarme temprano para mantener mi mente ocupada, hacer los deberes diarios de aquellos que viven en soledad como yo, asearme, alimentarme, mantener la limpieza de mis pocos metros cuadrados, quitar el insistente polvo que no para de acumularse en cuanto rincón existe.

Mi mente no para de pasearse por todo aquello, de repasar una y otra vez las incontables decisiones profesionales de los últimos años, ¿habrán sido buenas? ¿cuales si cuales no? ¿donde me equivoque? Mi educación semicatólica me lleva a pensar que ese "Dios" que todo lo ve, me esta poniendo a prueba, ha visto mis errores aunque yo no me haya percatado de donde me equivoqué, de seguro ese "Dios" me dijo en el momento oportuno "Por allí no", pero hice caso omiso, y ahora este interminable período donde solo en la oscuridad de mis reducidos metros cuadrados, la comodidad de mi cama y la soledad logran hacerme sentir tan miserable como siento que merezco.

¿Merezco? ¿Será que incluso esa tranquilidad de autoflagelación y autopenitencia es merecida? No, tal vez ni eso merezco. Mejor me levanto y voy a hacer todo aquello que se supone debo hacer.

Confronto a la ducha fría, la enfrento con cobardía, pero, nuevamente, me vence y logra despertarme por completo, como la odio por hacer eso. Alimentarme es menos pesado, lo afronto con mas ganas, al fin y al cabo el comer es uno de los mejores places de la vida, no pierdo tiempo pensando en si es merecido o no, simplemente lo tomo, y lo disfruto.

El día transcurre sin nada importante que valga la pena mencionar, no ha sido diferente que ayer ni los días anteriores, tampoco hay muchas esperanzas de que mañana sea diferente, así que termino nuevamente poniendo tantas barreras como sea posible a ese insistente, persistente, infalible e insoportable hilo de luz que se empeña colarse a diario para romper la oscuridad de mis reducidos metros cuadrados y molestarme a diario.

Gracias por leerme.

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