Esos días sin luz

A pesar de mis diarios esfuerzos para evitarlo, lenta pero inexorablemente un fino hilo de luz logra colarse en mi intencionalmente oscurecida habitación, con la inclinación justa, la intensidad adecuada y suficiente para subir por mejilla derecha y colarse por esa pequeña rendija que queda entre mis párpados, el tiempo suficiente para decirme que hace rato el día despunta, y que debo abandonar la comodidad de mi cama. Me resisto a la idea e insisto en mantener la posición y combatirlo. Aprieto con fuerza los párpados hasta caer nuevamente somnoliento, pero entonces mis ojos se relajan, y aparece nuevamente esa separación, que aprovecha el insistente hilo de luz para despertarme nuevamente. Admiro su persistencia y detesto su insistencia. Abandono la lucha, se que combatirlo solo me llevará a la frustración de no poder continuar durmiendo cómodamente. Me incorporo, solo para darme cuenta de que aun es demasiado temprano para las pocas tareas que me esperan en el día. El calor del día...